«Me parecen muy injustas las críticas a Rosalía»

No había mejor momento para la salida de lo nuevo de Mísia. Este viernes, 14 de junio, ve la luz su decimocuarto disco: un canto a la vida, que se tambalea entre el cielo y el infierno.

Deja claro que en Pura vida «no hay fronteras», ¿es que antes las tenía?
No, simplemente en este disco he tenido la necesidad de mostrar que no hay nada que delimite la parte privada y la artística. Ahora más que nunca, lo que me pasa como persona se nota en mi manera de cantar. He hecho la banda sonora de mi vida privada.

¿Le parece que es su trabajo más vital?
Sí, es el que tiene las emociones más a flor de piel. Mi verdad ha cambiado y ha pasado a ser más nítida.

No ha vivido una temporada fácil en lo que a salud se refiere. ¿Ha sido complicado plasmar esta etapa en un disco?
Bueno, me quedo con la libertad que me ha dado. Ese momento de mi vida me ha enseñado que todo es posible, que no hay certezas de nada y que las reglas son inútiles a veces.

El título tiene un tinte cinematográfico, ¿qué hay de cine en Pura vida?
El sonido, por los arreglos del maestro de la clásica Fabrizio Romano. Basándome en esa falta de reglas, le indiqué que tratara las músicas de fado tradicional como puras notas musicales no pertenecientes a ningún género. Sus arreglos son muy cinematográficos: puedes ver imágenes a través de ellos, una minipelícula.

En The New York Times la comparan con Édith Piaf.
No veo semejanza. Es curioso que me comparen con una francesa y no con una portuguesa. Pero dijeron una frase que me gusta mucho: «Mísia dibuja lágrimas en todos los idiomas».

¿No le gustan las comparaciones?
Prefiero esa frase a que me comparen. No hay nadie como Amália Rodrigues, Édith Piaf o Billie Holiday. Son grandes artistas que tienen su territorio.

Dice que en el disco «hay cielo y hay infierno», ¿destaca uno sobre el otro o existe un equilibrio?
Buena pregunta… yo creo que no hay un equilibrio. Cuando estoy en el infierno, pienso que nunca voy a ver el cielo; pero cuando estoy arriba… sé que en algún momento voy a bajar al infierno. En el álbum, la guitarra portuguesa es bonita, espiritual, cristalina y etérea. Pero la guitarra eléctrica es sucia, te parte por la mitad: no te destruye, pero te desazona. Al principio sonaba muy bonita, pero no la quería tan amable.

¿Medita mucho las cosas?
Qué va. De hecho, no me gusta preparar los conciertos. Tengo que hacerlo por las luces o el sonido, pero me encantaría subir al escenario y cantar lo que me apetezca en el momento, sin planificar siquiera el orden de las canciones. Por ejemplo, el tema con Raül Refree no estaba previsto para el disco. Estábamos los dos hablando en un restaurante y surgió la idea de hacer algo. Así nació Lágrima, mi fado fetiche. No buscábamos una perfección ni una forma técnica, así que no lo ensayamos mucho. Durante el proceso siempre me busco a mí misma, me hago preguntas y busco respuestas.

¿Cuál es la sensación más pura que se lleva de su carrera discográfica?
Cumplir mi necesidad de hablar de la vida, la fragilidad, la dificultad y la alegría.

¿Ha sentido alguna vez que debía tratar su música de otra manera?
No, es como cuando a los escritores les dicen que siempre hablan sobre lo mismo. Pero, por primera vez, en Pura vida me salgo de lo tradicional: el fado está tocado como si fueran otras músicas.

La definen como fadista, pero recalca que no le gustan las etiquetas…
Pienso que me condicionan. Cuando canto fado soy fadista, o eso espero. Pero cuando hago tango o canto Joy Division; o cuando hago una película, no soy fadista sino una intérprete. Las etiquetas son necesidades que la gente tiene para colocarnos, y yo no las necesito. No quiero pertenecer a ninguna tribu, porque no tengo necesidad de pertenencia.

Para usted, el disco no es ni alegre ni triste sino «vida», pero, ¿qué sería la vida sin alegría ni tristeza?
Tiene las dos cosas, pero hay una tendencia actual a decir: «Mi fado es alegre». Me parece una frase sin sentido. El fado viene de fatum, fatalidad. Algunos son alegres, otros hacen llorar a las piedras; reflejan la vida.

¿Hay una banalización del fado?

El fado está viviendo un momento muy bueno. Tiene mucha visibilidad y hay fadistas con menos de cuarenta años, un hecho homérico. Las personas que quieran cantarlo ya tienen apoyos. Se ha formado una energía a favor del fado, todo lo contrario a cuando yo empecé. En aquella época, era considerado algo poco prestigioso a nivel comercial y cultural. Como todas las modas, tiene una parte buena y otra mala. Efectivamente, corremos el riesgo de una cierta banalización. Ahora, este género es un entretenimiento, un show business, no algo que refleje una cultura con letras increíbles y poemas que hablan de los principales sentimientos del alma humana. Hay gente que, cuando lo canta, ahora se pone a pedir palmitas. Con esto no quiero decir que tenga algo en contra de la nueva generación, creo que hay voces extraordinarias, personas que tienen una carrera y a las que respeto mucho. Pero, en el fado, no solo vale cantar bien, también hay que tener algo que decir.

¿Fue difícil empezar?
Fueron ocho años de cruzar el desierto. No por lo que he hice, sino por la forma en que lo hice: sola y sin pedir permiso, invitando a poetas de izquierdas y de derechas, con acordeón y usando minifalda. Mi imagen y mi discurso me crearon anticuerpos en Portugal. Fue horrible. Por eso, con todas las distancias, cuando critican a Rosalía me reveo en ella. El hecho de que tenga una imagen no quiere decir que carezca de otras cosas. Es muy maniqueísta decir que un artista es solo imagen cuando está haciendo cosas con poemas, arreglos…

De Mísia a Rosalía…

Lo que dicen de ella es un enorme paralelismo a lo que decían de mí los puristas en Portugal. Algunos creen que el fado les pertenece, y que nadie les puede tocar porque son quienes tienen las reglas… es una especie de integrismo. No soy quién para decir si Rosalía es buena o es mala, pero me parecen muy injustas las críticas que le hacen.

¿Debería separarse la política de la música?
Sí, pero la política está en todo. Los de derechas no me querían porque yo era sacrilegio: una mujer afirmativa que cantaba fados con letras de cantautores de izquierda. Pero los de izquierdas no me querían porque cantaba fado, y eso era una cosa de derechas. En realidad, esto me ayudó a tener un espacio y un público propios.

¿Nota menos machismo?
Sí. Antes era común que las mujeres fueran solo las medium y que siempre tuvieran a una figura masculina al lado; ya fuera el mentor, manager o presentador de televisión. Hoy en día, las mujeres ya no se asocian a ningún hombre. Fui una de las primeras que apareció solita y temeraria, así que me dijeron de todo.

¿Cómo reaccionar ante quienes siguen actuando así?
[Señala una chapa enganchada a su chaqueta, con un bordado en el que se lee «50/50»] Mira, la paridad. Son cosas que, con el tiempo, irán pasando. Lo que tenemos que hacer nosotras es seguir nuestro camino. Estamos ocupando un espacio al que tenemos derecho, somos buenas y guapas.

Exacto, y talentosas…

Pues sí, lo estamos haciendo muy bien.

Para concluir, ¿qué tiene este disco que no tengan los anteriores?

El reflejo de una situación realmente extraordinaria, inesperada y terrorífica. Muchas personas han pasado por esta experiencia negativa. Pero, si consigues salir de ella, lo haces más fuerte: más viva.

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