Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Concierto para clarinete en La mayor, K622
1. Allegro
2. Adagio (en Re)
3. Rondo: Allegro (en La)
Sabemos, por una carta de Wolfgang a Constanza, que el 7 de octubre de 1791 terminaba la orquestación del «rondó de Stadler». Vemos con esto que a continuación de La flauta mágica no está escribiendo precipitadamente el Réquiem, como quiere la leyenda; lleva a buen término el Concerto solicitado por Anton Stadler. Decimos que lo lleva a cabo porque el proyecto es de hace dos años. Ya hemos señalado, en efecto, que el comienzo de un concerto en sol para corno di bassetto, K584b, fechado por Einstein a finales de 1789, representa una primera versión del comienzo del concerto para clarinete. Este borrador se sitúa casi inmediatemente después del Quinteto para Clarinete en La, para Anton Stadler, del 29 de septiembre de 1789 (K581). Todo nos vuelve a llevar hacia el Quinteto; el dedicatario, la tonalidad, el instrumento concertante. No nos debe asombrar entonces encontrar, de un día para otro y tras La flauta mágica, las mismas alusiones masónicas y la misma intención profunda: el canto de la fraternidad. Las similitudes entre las dos obras son tan íntimas que el concierto no necesitaría otro comentario si, justamente, no fuera un concerto y no ya un quinteto.
Ya hemos visto la relación del Quinteto «Stadler» con Così fan tutte: la protesta contra la crueldad de algunas ideas de la ópera bufa necesitaba de esta afirmación de la bondad de los sentimientos íntimos, pero se mantenía discreta, casi esotérica; de ahí la conveniencia de la música de cámara. La flauta mágica, al contrario, no necesita ninguna contrapartida, puesto que Mozart se ha entregado a ella de forma más completa y más ardiente que nunca; pero, en cambio, la voluntaria sobriedad de sus intervenciones orquestales ha debido dejar a Mozart con sed instrumental. Comprendemos muy bien por qué al salir de la obra en la que había situado con un optimismo absoluto las relaciones de los personajes individuales y del universo, por la mediación de la comunidad masónica, se siente empujado a reemprender el diálogo individual, tan propio del género del concierto – y el clarinete proporcionaba a la comunidad orquestal un compañero menos sobresaliente que el piano, menos tiránico que el violín.
Si Anton Stadler ha aprovechado este momento para hacerse recompensar por haber contribuido al éxito (mitigado) de La Clemenza di Tito en Praga, su petición ha debido coincidir con los propios deseos de Mozart.
La misma fraternal ternura se canta en el Quinteto y en el Concerto; pero se hace más poderosa, más comunicativa en el segundo, y al mismo tiempo se expresa de forma más dramática. En el allegro inicial, desde el tema libre del solista (en la menor) y en toda la «durchführung», se afirma un conflicto trágico; es la lucha entre la luz y las tinieblas que constituye el fondo de La flauta; es más aún la aspiración de Tamino hacia la luz del primer finale. El adagio repite y ahonda el cauce del larghetto del Quinteto, y podemos encontrar fácilmente, en las últimas notas bajas del clarinete, la entonación de Sarastro.
En el rondó final, como en el primer fragmento, el patetismo reaparece claramente, mientras que afloraba solamente en el intermedio central del finale del Quinteto (variación en la menor); pero, como en el viaje ritual de Tamino, esta tragedia no conoce la angustia, no interrumpe el optimismo. De la primera a la última nota de la obra, se trata de un himno de victoria, y esta victoria es ahora bastante más completa para que las luchas y los peligros que ha conocido sirvan para acentuar su relieve.
(Jean y Brigitte Massin)
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Pinturas de:
John William Waterhouse, Lady of Shalott,
John Everett Millais, Ofelia,
Dante Gabriel Rossetti, Sancta Lilias.
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